Mujer de piel color de la tierra, plata los cabellos rebeldes a pesar de tu peina y de grandes soledades. ¡El mundo por montera!
Zaina la mirada desafiando el
luto de posguerra, lengua libre y querer con exigencias.
Caminar seguro y orgullo
testarudo. Todas las razones y una sola, ¡por mis cojones!
Montoncitos de cenizas,
colecciones de todo y café migadito.
De paciencia infinita remendando
tu vida, cositas pequeñitas, despacito, despacito.
Arrugas de trigo y recuerdos en
barbecho.
De belleza admirada y encajes de
presumir.
Pocas risas que tuviste una
guerra civil y mil batallas.
Ríe ahora de esas mujeres que su
lucha se queda en una “a” en las palabras. ¡Ay, mi morena, qué sabrán ellas!
del blanco y negro, de normas que te asfixian, señoritos y confesores y principios
de cuaresma.
Dueña de tu vida y de un solo
reino: tu hijo y tu hermano.
Cortijo de nea con ventanas
cerradas, ¡que nadie mire!, ¡que ya he tenido bastante!... censura, lenguas de
avispas y normas dictadas, que con todo eso me hago un ovillito y no hay nadie
que me pare.
Le esperaste para irte solo un
poco antes, ¡ay, mi morena!, como siempre marcando tus reglas. Cierra la
puerta, ya estáis todos.
¡Ay, mi morena!...
Te debía una
despedida.
…¡Ay!...
Ya nadie me dice ¡ay, mi
morena!
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